Jorge Chabat
9 de marzo de 2007
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/36971.html
Durante los últimos seis años fuimos testigos en el Distrito Federal de un gobierno que actuaba sobre la base de una legitimidad alternativa a la aplicación de la ley. Tanto López Obrador como Encinas desarrollaron un discurso en el cual la aplicación de la ley era algo optativo y muchas veces era visto como el instrumento de los opresores contra el pueblo.
Así, el gobierno del Distrito Federal llegó a justificar abiertas violaciones a la ley, como un linchamiento ocurrido en el poblado de Magdalena Petlacalco, en Tlalpan en 2001 o el plantón en Paseo de la Reforma en 2006.
Como trasfondo de esta visión, en la ciudad de México proliferaron los grupos que funcionaban en la frontera de la ilegalidad como los vendedores ambulantes, los fabricantes y vendedores de mercancía pirata, los taxistas "tolerados" y los narcomenudistas.
El gobierno de la ciudad de México se llegó a beneficiar de algunos de estos grupos que se movían en la informalidad y buena parte de las bases de apoyo del PRD se encontraba en este sector. A pesar de estos apoyos, la carrera de López Obrador para llegar a la Presidencia no culminó de manera exitosa. Desde luego, podemos discutir al infinito las razones de este fracaso.
No obstante, es muy probable que una explicación fundamental se encuentre en que la apuesta del PRD y de López Obrador fue errónea. Al apostarle al discurso de una legitimidad alternativa a la legalidad ciertamente captaron el apoyo de una parte de la población, pero también captaron la animadversión de otra parte la cual, a la postre, fue mayor.
Así de simple. Apostarle a la movilización extralegal o de plano ilegal, el PRD se alienó la voluntad y el voto de la mayoría del país. Probablemente esa apuesta hubiera sido exitosa hace 50 o incluso 30 años, como lo fue exitosa para el PRI. Pero lo cierto es que hoy por hoy, apostarle a la extralegalidad o a la ilegalidad no parece dar ya los resultados que daba antaño. Y eso parece haberlo captado ya el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard.
En un operativo que sorprendió a muchos, el gobierno capitalino expropió hace algunas semanas el predio de Tenochtitlán 40 en el barrio de Tepito, debido a que éste era un centro de distribución de drogas ilegales.
Dicho operativo forma parte de un plan de reordenamiento de la capital que incluye el combate a la mercancía pirata y el retiro de los comerciantes ambulantes del centro histórico.
Incluso Ebrard ha aceptado las propuestas de la organización México Unido contra la Delincuencia, que fuera una de las promotoras de la megamarcha contra la inseguridad llevada a cabo en 2004 y que rechazara López Obrador. Como se puede apreciar, las diferencias entre Marcelo Ebrard y sus antecesores en el tema de la legalidad son muy claras.
Ante este giro, en el Gobierno del Distrito Federal cabe preguntarse cuál es la apuesta de Ebrard. Más de algún observador ha señalado que con estas medidas el jefe de Gobierno capitalino está minando su base de apoyo: ambulantes, taxistas tolerados, vendedores de mercancía pirata.
Incluso no falta quien suponga que los fondos ilegales que presumiblemente proporcionaban estos grupos al PRD se verán disminuidos, con lo cual Ebrard estaría arriesgando su futuro político.
Tampoco falta quien suponga que si el jefe de Gobierno se pelea con los grupos informales de la capital, el material humano para llenar el zócalo en las manifestaciones perredistas va a verse disminuido de manera sensible.
¿Cuál es entonces la apuesta de Ebrard? La respuesta es muy sencilla: ganar votos. Ganar el voto de la clase media que rechaza la cultura del desorden y la ilegalidad.
Recuperar a los votantes moderados del PRD de las pasadas elecciones que quedaron muy ciscados por los aceleres de López Obrador.
En otras palabras, Ebrard ya se dio cuenta de algo que López Obrador nunca percibió: en una democracia para ganar, no hay que llenar el zócalo, hay que llenar las urnas.
De nada sirve juntar uno o dos millones de personas en el zócalo si no se es capaz de captar en las urnas los millones de votos necesarios para ganar una elección. Y lo que cada vez queda más claro en este país es que aplicar la ley genera más votos que antipatía.
Ese fue el discurso de Calderón con el que llegó a la Presidencia. Ese ha sido el discurso de Calderón durante los últimos tres meses, el cual le ha dado altos niveles de popularidad.
Desde luego, más de alguno dirá que los operativos de Ebrard son una copia local de los operativos de Calderón contra el narco. Puede ser. Finalmente, las fórmulas exitosas se copian. Pero ello no demerita las acciones de Ebrard. El jefe de Gobierno del Distrito Federal es un político y como tal sabe que su futuro depende de una gestión exitosa. Y hoy por hoy, aplicar la ley es exitoso.
jorge.chabat@cide.edu
Analista político e investigador del CIDE
Así, el gobierno del Distrito Federal llegó a justificar abiertas violaciones a la ley, como un linchamiento ocurrido en el poblado de Magdalena Petlacalco, en Tlalpan en 2001 o el plantón en Paseo de la Reforma en 2006.
Como trasfondo de esta visión, en la ciudad de México proliferaron los grupos que funcionaban en la frontera de la ilegalidad como los vendedores ambulantes, los fabricantes y vendedores de mercancía pirata, los taxistas "tolerados" y los narcomenudistas.
El gobierno de la ciudad de México se llegó a beneficiar de algunos de estos grupos que se movían en la informalidad y buena parte de las bases de apoyo del PRD se encontraba en este sector. A pesar de estos apoyos, la carrera de López Obrador para llegar a la Presidencia no culminó de manera exitosa. Desde luego, podemos discutir al infinito las razones de este fracaso.
No obstante, es muy probable que una explicación fundamental se encuentre en que la apuesta del PRD y de López Obrador fue errónea. Al apostarle al discurso de una legitimidad alternativa a la legalidad ciertamente captaron el apoyo de una parte de la población, pero también captaron la animadversión de otra parte la cual, a la postre, fue mayor.
Así de simple. Apostarle a la movilización extralegal o de plano ilegal, el PRD se alienó la voluntad y el voto de la mayoría del país. Probablemente esa apuesta hubiera sido exitosa hace 50 o incluso 30 años, como lo fue exitosa para el PRI. Pero lo cierto es que hoy por hoy, apostarle a la extralegalidad o a la ilegalidad no parece dar ya los resultados que daba antaño. Y eso parece haberlo captado ya el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard.
En un operativo que sorprendió a muchos, el gobierno capitalino expropió hace algunas semanas el predio de Tenochtitlán 40 en el barrio de Tepito, debido a que éste era un centro de distribución de drogas ilegales.
Dicho operativo forma parte de un plan de reordenamiento de la capital que incluye el combate a la mercancía pirata y el retiro de los comerciantes ambulantes del centro histórico.
Incluso Ebrard ha aceptado las propuestas de la organización México Unido contra la Delincuencia, que fuera una de las promotoras de la megamarcha contra la inseguridad llevada a cabo en 2004 y que rechazara López Obrador. Como se puede apreciar, las diferencias entre Marcelo Ebrard y sus antecesores en el tema de la legalidad son muy claras.
Ante este giro, en el Gobierno del Distrito Federal cabe preguntarse cuál es la apuesta de Ebrard. Más de algún observador ha señalado que con estas medidas el jefe de Gobierno capitalino está minando su base de apoyo: ambulantes, taxistas tolerados, vendedores de mercancía pirata.
Incluso no falta quien suponga que los fondos ilegales que presumiblemente proporcionaban estos grupos al PRD se verán disminuidos, con lo cual Ebrard estaría arriesgando su futuro político.
Tampoco falta quien suponga que si el jefe de Gobierno se pelea con los grupos informales de la capital, el material humano para llenar el zócalo en las manifestaciones perredistas va a verse disminuido de manera sensible.
¿Cuál es entonces la apuesta de Ebrard? La respuesta es muy sencilla: ganar votos. Ganar el voto de la clase media que rechaza la cultura del desorden y la ilegalidad.
Recuperar a los votantes moderados del PRD de las pasadas elecciones que quedaron muy ciscados por los aceleres de López Obrador.
En otras palabras, Ebrard ya se dio cuenta de algo que López Obrador nunca percibió: en una democracia para ganar, no hay que llenar el zócalo, hay que llenar las urnas.
De nada sirve juntar uno o dos millones de personas en el zócalo si no se es capaz de captar en las urnas los millones de votos necesarios para ganar una elección. Y lo que cada vez queda más claro en este país es que aplicar la ley genera más votos que antipatía.
Ese fue el discurso de Calderón con el que llegó a la Presidencia. Ese ha sido el discurso de Calderón durante los últimos tres meses, el cual le ha dado altos niveles de popularidad.
Desde luego, más de alguno dirá que los operativos de Ebrard son una copia local de los operativos de Calderón contra el narco. Puede ser. Finalmente, las fórmulas exitosas se copian. Pero ello no demerita las acciones de Ebrard. El jefe de Gobierno del Distrito Federal es un político y como tal sabe que su futuro depende de una gestión exitosa. Y hoy por hoy, aplicar la ley es exitoso.
jorge.chabat@cide.edu
Analista político e investigador del CIDE
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